¿Cómo han evolucionado las ideas y reacciones de los niños ante las redes sociales a lo largo del tiempo que lleva trabajando con ellos?
Con los niños es bastante fácil reconocer su tendencia al conformismo. Contrariamente a la creencia popular, los jóvenes no son necesariamente niños rebeldes, sino todo lo contrario. Están muy alineados con lo que les imponen los medios de comunicación, o con el modelo que marcan las redes sociales. Lo siguen a pies juntillas, y en cuanto aparece algo nuevo, se lanzan a por ello. El cambio no ha sido importante en su comportamiento. Siempre han sido así. Los problemas que estamos encontrando están relacionados con el uso de las redes sociales, la imagen de las plataformas y la idea de que pueden enriquecerse a través de la influencia. Piensan: «¿qué sentido tiene estudiar matemáticas después de todo? ¿Historia de Francia? ¿Qué sentido tiene hacer el bachillerato? Porque soy guapo, soy hermoso, o al menos tengo carisma y puedo ganarme la vida con eso». Tomemos un programa como Touche Pas à Mon Poste, que tiene 2 millones de telespectadores, pero que solo presenta cosas hipersensacionalistas y muy consumistas, tiene regularmente como invitados a influencers de realities. Y eso es lo que ven los niños.
Este modelo apareció hace dos años, cuando hablábamos de YouTubers. Era algo divertido y guay. El tipo que te hace reír en algo llamado YouTube, es algo nuevo. No hablo de los antiguos YouTubers que han hecho carreras que han despegado, algunos incluso se han dedicado al cine. Cuando se trata de influencers, hay una especie de camino que está completamente desviado de la realidad. La mayoría de ellos son candidatos en realities. Son personajes creados. No se les prohíbe decir cualquier estupidez, al contrario, se les empuja a llegar lo más lejos posible. Para el espectador, oír a alguien decir una estupidez le tranquiliza sobre su propio intelecto.
También está el lado aspiracional: son jóvenes y guapos, viven en casas increíbles, están ahí para conocer el amor. Crean vidas que nos parecen reales, pero que no lo son en realidad. Y en cuanto acaban el programa, se les potencia en las redes sociales con el único objetivo de mostrar una vida falsa, pero a cambio hay marcas que pagan. Y cuanto más popular seas, más seguidores tendrás, y más pagará la marca por usar tu imagen.
¿Cómo deconstruye este mito?
De entrada, deconstruyo mi imagen de adulto de 50 años. Intento ser su modelo, hablo como ellos. Para desmontarlo, es sencillo. Les hago reír. Lo explico cogiendo imágenes de influencers como Kim Kardashian, pido a las chicas que se pongan de pie, se miren entre ellas y pregunten si alguna de ellas se parece realmente. Les demuestro que hay más gente que no se parece que gente que sí. Hago lo mismo con los chicos. Les pido que me miren a mí o al tío Bruno o a su padre para demostrarles que hay muchos más hombres que no están llenos de músculos que los que sí lo están. Les digo que si siguen queriendo [ser influencers] que lo hagan, pero que sean conscientes de lo que implica, que seréis un objeto utilizado por otros para ganar dinero. No digo si está bien o mal, solo que sean conscientes de ello.
¿Y el impacto de las redes sociales en la salud mental de los niños? ¿Cómo ha notado la evolución de estos problemas durante su etapa en Génération Numérique?
El período Covid no ayudó, pero cada vez son más pasivos. Hablan menos, participan menos en los intercambios. Hay que presionarlos para que den su opinión. Da la impresión de que ya ni siquiera la tienen, de que no se reconocen el derecho a opinar. Tienen miedo de sus propias opiniones. Tienen miedo de ser juzgados todo el tiempo. Juzgar significa que nunca debes decir nada sobre mí. Y para asegurarme de que no se dice nada de mí, no me extiendo demasiado.
Nuestra sociedad ha trivializado muchas formas de violencia. Si hay acoso y ciberacoso, no es necesariamente porque los niños se hayan vuelto más violentos, es por culpa de nuestra sociedad. Los insultos se han trivializado totalmente. Insultamos a la gente incluso mientras le damos los buenos días. Es algo habitual. Lo ven en sus familias, en la sociedad y por eso lo hacen entre ellos sin ni siquiera ser conscientes de cuándo lo hacen. Saben que no les gusta, pero cuando lo hacen ellos mismos sienten que no es para tanto porque es muy normal.
Hay una especie de trivialización de la violencia verbal en particular, y del odio en línea. Twitter es como un ring de boxeo. No lo dicen, pero tengo la impresión de que los niños piensan que corresponde a los adultos [hacer algo al respecto]. Y no se equivocan. Cuando hay problemas en el colegio, los padres suelen trivializarlos diciendo «bueno, le han provocado» o «los niños son así, pueden ser malos». Trivializamos cosas que no son en absoluto normales, porque un niño no es malo, sino todo lo contrario. A los niños hay que enseñarles amabilidad y empatía.
¿Cómo responden los padres a los talleres sobre internet y redes sociales?
Cuando tenemos una reunión de padres, normalmente acuden pocos y los que acuden ya saben lo que vas a decir. Si vienen cinco o seis padres, estoy contento. No vienen porque tienen miedo de ser juzgados: «¿Qué nos va a decir? Nos va a enseñar sobre la vida cuando no sabe nada de nosotros». Pero en absoluto. Es solo una conversación.
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